domingo, 23 de octubre de 2016

El Ángel de la Muerte (36).

[En capítulos anteriores: El Ángel de la Muerte (35)].

Ya lo que le faltaba. Tenía que utilizar su día libre para arrastrarse hasta la Oficina de Reencarnación y poner en orden los papeles. Si no llevaba el visado sellado convenientemente los Ángeles Fronterizos no le dejarían pasar. De nuevo, la cola daba casi tres vueltas a la manzana, algo incomprensible por otro lado. ¿Las almas nunca se cansaban de reencarnar o qué? ¿Es que sus Guías les ponían una pistola en la cabeza para que lo hicieran? ¿Repartían palomitas en la Tierra? ¡Dios...!
Cuando llegó a la puerta, Leuche se detuvo frente al aparatito de coger números. La lista era interminable además de confusa. Venían todos los planetas de las dos galaxias más cercanas y alguno más del extrarradio. Alguien vestido con un uniforme de vigilante se le acercó al ver que estaba tardando demasiado en decidirse.
—¿La Tierra?
Leuche le miró suspicaz.
—Sí... ¿Cómo lo sabe?
—Es uno de los destinos preferidos últimamente. Debe de ser que la gente pasa frío aquí. Se dice que la Tierra va a reventar en breve por el calentamiento global.
Leuche fue a decir algo, pero por no alarmar a todos los que venían detrás decidió no mencionar las bombas nucleares que iban a calentar aún más el ambiente terrestre... Además no estaba permitido hablar de lo que uno veía en el Futuroscope fuera del Futuroscope.
—¿Usted va por negocios o placer? —le preguntó el vigilante mientras pulsaba el botón que ponía “Tierra”.
—Ojalá fuera por las dos cosas, pero creo que placer va a haber poco.
—¡Suerte!
El vigilante le entregó el número y se adentró en el edificio, en busca de la planta tercera, sección doce, fila cuatro, esperando que el número 3816 llegara pronto. Cuando encontró la pantalla de dígitos fluorescentes, suspiró. Solo tenía que esperar unos 500 turnos. Se entretuvo con un juego de videoconsola que le había prestado Tot, hasta que por fin una funcionaria sentada tras un ordenador le indicó que podía acercarse.

Escena de Dead like me (Tan muertos como yo), mi pequeño homenaje a esta gran serie.

Cuando localizó su expediente lo repasó varias veces y le miró a los ojos.
—Bien, veo que ya rellenó su solicitud de reencarnación. Parece que algunos puntos han sido denegados pero en su mayor parte ha sido aceptada. Dígame si está de acuerdo para proceder a la tramitación.
—¡Vale!
—Veo que ha decidido reencarnar como mujer heterosexual.
—Sí.
—En el hemisferio norte.
—Sí.
—País sin especificar, pero con habitantes honorables que estén dispuestos a luchar por su país.
—Sí.
—Me temo que eso no va a ser posible. Solo hay vacantes en un país que se caracteriza por su incultura, su picaresca y la corrupción de sus gobernantes.
Leuche se encogió de hombros.
—Cosas peores he visto.
—Vida complicada.
Leuche se volvió a encoger de hombros.
—Mi Guía dice que va a merecer la pena. Le mataré como no sea así.
—Tomaré eso como un sí— y la funcionaria tecleó algo en el ordenador—. Y lo demás... familia acogedora y cariñosa, vale. Juventud normal... Muerte, ya sabe que esa información es reservada. Pero bueno, creo que lo va a disfrutar.
Leuche creyó notar cierto matiz irónico en el tono de la mujer, pero aquella mañana se había levantado algo malhumorado y podía ser su imaginación, así que lo dejó pasar. Vio cómo la funcionaria estampaba con alegría el sello de “Aprobado” y le pasaba un par de copias, una para él y otra para su Guía.
—¿Dónde será el desembarco?
­—¿El qué, perdone?
—La salida.
—¡Ah! Ahí en la tarjeta tiene toda la información, caballero: día, hora, lugar. Recuerde que tiene que llegar al túnel de teletransportación con unas dos horas de antelación, en compañía de al menos uno de sus Guías Espirituales. ¡Y no se olvide el visado! Que luego hay retrasos en los partos, abortos espontáneos y hasta bebés nacidos muertos por cosas que son tan fáciles de evitar...
—Lo sé, señorita, no es la primera vez que reencarno y sé que la puntualidad es importante en todos los sitios.
—Entonces también sabrá que no puedo perder el tiempo en mi puesto de trabajo. Hay cientos de almas como usted que están deseando volver a estar vivos. ¿Tiene alguna otra pregunta?
Leuche miró a la funcionaria con algo de odio pero su artificial sonrisa le hizo desistir de decir nada más. Ya tendría múltiples ocasiones de perder la paciencia y romperle la cara a alguien en el mundo físico... que siempre producía más satisfacción cuando había sangre y dolor de por medio.
Aburrido, Leuche abandonó la Oficina de Reencarnación y volvió a su apartamento. No quiso ni mirar la fecha de partida hasta que estuvo sentado frente al televisor apagado, sintiendo los fuertes latidos de su corazón (o lo que fuera que tenía ahora en el pecho). No sabía muy bien cómo sentirse. Por una parte deseaba volver a pisar bosques y playas de verdad. Volver a nadar en el mar, aprender a surfear si se terciaba (que no lo había hecho nunca), conducir a toda velocidad por una autopista, volar en helicóptero o en cohetes espaciales, ir de vacaciones a la Luna... Pero al mismo tiempo sentía un hormigueo desagradable en el estómago. Y Han le había dicho algo que le preocupaba, casi más que lo del Holocausto Nuclear. Por primera vez, cuando estuviera allá abajo, sería consciente de que había vivido antes. Eso le daría más herramientas para enfrentar el futuro tan inestable que se acercaba, o eso había dicho, pero también necesitaría de una fuerza especial para enfrentarse a todas aquellas emociones terrenales que había dejado pendientes... ¿De verdad era necesario hacerlo ahora? ¿Antes de una Tercera Guerra Mundial en el espacio? ¿Tan malo iba a ser ese futuro?
Sin pensarlo más, dio la vuelta al visado. El corazón le dio un vuelco. Solo tenía dos días para despedirse de sus amigos. 

(continuará...)

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