jueves, 9 de julio de 2015

El Ángel de la Muerte (21).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (20): A state of grace].

Leuche disimuló un bostezo. La mañana había transcurrido exasperantemente lenta. La sesión de introducción al trabajo en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales habría aburrido hasta al mismo Jesucristo, cuya motivación no había disminuido ni un ápice y seguía presentándose voluntario para salvar a más humanidades en otros planetas. Para más inri ni siquiera habían tenido pausa para el café. Tot no había logrado disipar la nube gris que flotaba encima de su cabeza, consecuencia de su mal humor. Pero lo peor no había llegado aún. Conscientes de que estaban allí cumpliendo una condena por insumisos, los funcionarios del departamento y los jefes parecían empeñados en hacerles la vida (o la muerte) imposible. Querían comenzar las prácticas... YA.
Tot abrió unos ojos como platos cuando vio de qué guisa iba a lucir cuando se enfundara el uniforme de campaña.
―No... ¡No me pienso poner eso! ­―aseguró, con una voz tan seria que ni siquiera Leuche le había oído nunca.
―Si no se lo pone, tendremos que dar parte a las autoridades, y eso puede traer graves represalias.
Tot chasqueó la lengua... o al menos hizo un sonido como si la tuviera.
­―Me importan tres c...
­―¡Tot! ―le interrumpió Leuche―. ¿Qué problema hay con el traje? De acuerdo que no es tan elegante como nuestro uniforme, pero tampoco es tan grave la cosa.
Tot entrecerró los ojos, preguntándose si Leuche lo decía en serio o su única intención era que no acabaran inmovilizados en la prisión celestial. Leuche percibió su mirada furibunda y tragó saliva. Cuando Tot se cabreaba... no era bueno. No, nada bueno. Se tranquilizó un poco cuando Tot respiró profundamente, tratando de calmarse.

―Ese uniforme es de novato. Yo soy un Ángel de la Muerte con dilatada experiencia, tanto en el plano físico como en el etérico, y no estoy dispuesto a que me traten como a...
―Señor Tot...
―Herr Tot, si es tan amable.
―Herr Tot. Creo que aún no es consciente de su situación en estos momentos. Está aquí por violar al menos cuatro artículos del Código Deontológico de su departamento...
―¿Y qué sabe usted de mi departamento? Ocúpese de sus estrafalarios arbustos ardientes y déjeme a mí con lo mío.
―Eso, lamentablemente, no está en mi mano. Como usted, debo obedecer las órdenes de Gehirn, y ella tenía instrucciones precisas para mí. Por cierto, me advirtió de que posiblemente adoptaría esta actitud tan infantil.
Tot refunfuñó algo inaudible.
―¿Cómo dice?
―No es infantil... Es solo que aún me queda algo de dignidad.
―Pues debería habérselo pensado antes de infringir las normas de su departamento.
Tot volvió a refunfuñar. Leuche le observó consternado, deseando poder decir algo que le consolara. La verdad es que jamás habría esperado que aquella misión le fuera a resultar tan difícil a su compañero. No les pillaba por sorpresa. Aquello ya se lo esperaban. Sabían que tarde o temprano habrían tenido que participar en una misión rutinaria relacionada con la religión. Lo que no se esperaban es que fuera a ser tan pronto. Ni que los miles de humanidades desperdigadas por el universo tuvieran tanta necesidad de adoctrinamiento y/o salvación...
El silencio de Tot y Leuche hizo comprender a su superior que aceptaban su destino. La falta de colaboración podía llevarles por peores derroteros... y lo mejor era cumplir con el castigo y salir de allí cuanto antes. Siempre que Leuche no se dejara embaucar...
―Pero, ¿qué diablos estás haciendo? ―Tot había vuelto su cabeza hacia él. Sin apenas darse cuenta, Leuche comenzaba a parecerse a un monje. Un hábito grisáceo le cubría todo el cuerpo hasta los pies, y una tonsura dejaba ahora al aire la piel de su cráneo. Pero lo peor era que en sus manos tenía un libro antiguo manuscrito y estaba a punto de entonar un salmo, dirigiendo una mirada piadosa hacia los cielos. De pronto todo desapareció. Miró a Tot al tiempo que se sonrojaba.
―Perdón. Mi antiguo fervor religioso se apoderó de mí.
El jefe suspiró.
―No se confundan. No van como humanos en este viaje. En mi departamento actuamos como dioses.
―Y si actuamos como dioses, ¿por qué tenemos que llevar ese horrible uniforme? ―protestó de nuevo Tot.
―Porque ustedes son novatos aquí. Deben ayudar a la Divinidad. ¿No les parece ese un trabajo digno?

Tot no supo qué contestar. Después hundió su cara en su mano derecha y se puso a llorar desconsoladamente, para horror de Leuche, que no sabía qué decir para que se sintiera mejor.
―Vamos, Tot. Has representado a la Muerte en infinitas ocasiones. No puede haber nada peor que eso...
Tot se dejó conducir sumisamente. Los compañeros auxiliares le fueron pasando los accesorios. La peluca de rizos rubios no estaba mal. El arco y las flechas, eran pasables. La corona dorada, casi parecía la de un príncipe... no recordaba haber sido jamás un príncipe, excepto aquel príncipe sanguinario a quien le gustaba empalar a sus enemigos a la entrada del castillo. Las plumas en la espalda... bueno, vaya sorpresa, y qué poco originales. ¿Es que todos los ángeles eran iguales en ese departamento? Ni siquiera podía ir de adulto, tenía que adoptar la apariencia de un niño. Pero cuando le dieron los calzones... casi se le detiene el corazón, y no pudo reprimir por más tiempo los sollozos. Y lloró aún más cuando vio que Leuche iba a hacerse pasar por un inocente pastorcillo que se encargaría de convertir el agua en vino cuando llegara la ocasión.
Por todos los infiernos, ¡¡¡¿QUÉ HABÍA HECHO PARA MERECER TAL HUMILLACIÓN?!!! 
Se juró a sí mismo que si averiguaba cómo hacerlo iba a untar veneno en las puntas de esas flechas...

(continuará...)

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