miércoles, 28 de enero de 2015

El Ángel de la Muerte (20): A state of grace.

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (19)].

Skel no podía borrar la sonrisa de su cara, apretujado en el asiento trasero de un Seat 600 de color amarillo, en medio de sus dos mejores amigos. Habían tenido la suerte de hacer autostop y haber encontrado rápidamente un alma caritativa que les llevaría de vuelta a casa. Estaba oscuro y el cansancio empezaba a hacer mella en sus cuerpos etéricos. Tot cabeceaba en el lado izquierdo, aunque despertaba sobresaltado cuando en sus sueños aparecían las fauces de un monstruo a punto de devorarle. Leuche iba perdido en pensamientos filosóficos en el lado derecho, contemplando las sombras entre sólidas y esponjosas que adornaban el tétrico paisaje de la noche astral. El conductor no era muy amigo de la música... aparte de ser extremadamente silencioso y aburrido. Cuando los había recogido ni siquiera había pronunciado una palabra, se había limitado a hacer un leve movimiento de cabeza. Llevaba la radio puesta, pero no hablaba ningún locutor. Solo se oía un silbido fantasmal que a Leuche le hacía pensar en contactos extraterrestres.
Era curioso el astral...
―Oye, Tot... ¿estás seguro de que llegaremos a tiempo para la sesión de presentación en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales?
Leuche solo recibió un ronquido por respuesta.
―Skel, ¿me haces un favor? ―dijo.
―Claro, para eso estamos los amigos.
―¿Le das un codazo a Tot para que me haga caso... y ya de paso deje de mover las piernas como si alguien le estuviera persiguiendo?
―Ahora mismo.
Skel concentró su fuerza un instante y le arreó a Tot un mamporro en los riñones. Tot despertó creyendo que había sido un bache y bostezó.
―Oye, Tot, ahora que estás despierto ―dijo Leuche―, ¿estás seguro de que llegaremos a tiempo para la sesión de presentación en el Departamento de Avatares y Apariciones Virginales?
Tot quiso moverse un poco para acurrucarse mejor contra la ventanilla, pero el espacio era demasiado reducido.
­―Pues claro... no te preocupes ―murmuró, sin darle importancia.
Leuche frunció el ceño.
―No sé... tengo la impresión de que ha pasado demasiado tiempo y se supone que solo teníamos una noche. Además no me cuadra que en casa no exista el tiempo... La próxima vez tienes que dejar que haga yo los cálculos temporales.
―No creo que puedas, es demasiado complicado ―Tot apoyó la cabeza contra el cristal y cerró los ojos. Pero la luz se seguía reflejando en el cristal. Cómo echaba de menos tener párpados...
Leuche habría contestado a eso si no hubiese estado de nuevo perdido en sus pensamientos. De pronto se le ocurrió otra pregunta.
­―Oye, Tot, tú que has viajado tanto por el astral por motivos de trabajo... ¿alguna vez te has topado con el Diablo?
Tot abrió los ojos y no pudo evitar una leve sonrisa.
―Montones de veces. El astral está plagado de diablos... cualquiera puede serlo, ¿no lo sabías? Incluso yo lo fui por un tiempo, pero me cansé de no ser útil para la Humanidad.
―Pero Leuche se refería al Diablo de verdad, ¿ese también existe? ―intervino Skel.
―No sé, ¿vosotros qué creéis?
―¡Nosotros preguntamos antes! ―se apresuró a contestar Leuche.


Tot se removió inquieto, pues prefería que sus compañeros descubrieran esas cosas por sí mismos. Solo accedió a hablar porque en el fondo... muy en el fondo, Leuche le caía bien. Y además había hecho una buena pregunta.
―Existir existe... en las mentes de los que creen en él. Luego en el astral aparece todo lo que la gente ha pensado o ha imaginado alguna vez, y como la mayoría de la gente vive en un estado de imbec... *ejem*, de confusión absoluta, siguen pensando que el Diablo existe de verdad. Algunos pueden tirarse media eternidad viviendo en esa especie de realidades paralelas. De hecho, en la Tierra también lo hacen constantemente. Luego, hay otros que se aprovechan de la situación. Se retroalimentan unos a otros. ¿Queréis que os lleve a ver a un viejo amigo mío que sigue viviendo en una de esas realidades paralelas? ―Tot consultó su reloj atómico de precisión, válido para todas las esferas terrestres―. Aún tenemos tiempo.
Leuche se sacudió el cansancio (ni siquiera se había percatado del asombroso reloj que poseía Tot) y se mostró encantado con la proposición. Skel seguía con la sonrisa en su cara, le podían llevar a donde quisieran.
―¡Vale! ―respondieron el unísono.
―Bien. ¡Hey, conductor! ¿Nos lleva al distrito 356 del plano astral 23? Queda aquí al lado...
Unos ojos entre verdosos y amarillentos se reflejaron en el espejo retrovisor y el conductor hizo una señal afirmativa. Incluso pudieron convencerlo para que les esperara. Sin duda tenían una noche de suerte.
Cuando llegaron a la plazoleta en medio de la nada, Leuche dudó si no habían vuelto al plano físico. Una fila de almas encapuchadas iba en procesión en medio de la niebla. No se les veía las caras, y algunos portaban unos faroles con luces macilentas de color rojo como el fuego. Hacían ruido de cadenas al avanzar. Avanzaron un poco junto a ellas, y entonces entre la niebla comenzaron a divisar una tétrica torre cuadrangular de iglesia, acabada en un campanario y un tejado negro puntiagudo con una cruz en lo alto. Solo que la cruz estaba dada la vuelta. Aparte de eso, el lugar emanaba una paz casi mágica. Había almas de cigüeñas negras construyendo nidos en el tejado. Los tres sintieron una irresistible atracción hacia el lugar.


Dentro el ambiente era idéntico al de cualquier iglesia o catedral gótica que hubiesen conocido en vida. Las cristaleras eran espectaculares. Bajo sus pies, baldosas blancas y negras cual tablero de ajedrez, brillantes, daban ganas de arrodillarse y comenzar a rezar. Los bancos de madera estaban llenos de gente con la mirada perdida, murmurando oraciones ininteligibles. En el púlpito, alguien con aspecto de monje piadoso pero un tanto inquietante por sus ropas oscuras y su cabello largo grisáceo, ceniciento, les atravesó con la mirada y los siguió hasta que se situaron en los primeros bancos. Parecía que no querían perderse ni una sola palabra del sermón que había preparado. Los tres Ángeles de la Muerte permanecieron de pie, embriagados por el incienso y el aire de espiritualidad que se respiraba. El supuesto diablo posó sus ojos rojizos en Tot, pareció reconocerle y sonrió con ironía y algo de arrogancia. Le guiñó un ojo a modo de saludo, consciente de que a él no podía engañarle y que había venido de visita. Solo esperaba que después de la misa no tratara de convencerlo una vez más de que dejara esa forma de vida, ahora que la parroquia había alcanzado más de dos mil trescientas almas, según el último censo. Después pareció olvidarse de él y procedió a iniciar el canto. Un canto glorioso e hipnotizador que le parecía llenar de un placer inconmensurable, al comprobar lo fácil que era mantener controladas a un grupo de almas, sin tan siquiera intentar engañarles hablándoles del paraíso eterno. Ya tenían la inmortalidad, pero estaban tan dormidos que no se habían dado cuenta aún. ¡Creían que aún estaban vivos y que podían morir! Y otros, algo más despiertos, pero no mucho más, sin duda preferían la oscuridad, el pecado, la codicia, la crueldad, la venganza y las promesas de alcanzar un poder con el que todos aún soñaban, incluso después de muertos. Y lo más gracioso es que en la Tierra seguía habiendo gente que aún estaba convencida de que la muerte cambiaba algo.
Tot pensó que aquello iba a ser una buena introducción para el trabajo que iban a tener que realizar próximamente. Siempre que consiguiera que sus compañeros no acabaran dominados también por el fervor religioso... La música era pegadiza después de todo. Él se hubiese quedado con un órgano gótico, pero seguro que para Leuche la sección de guitarras eléctricas era casi celestial. 


A STATE OF GRACE

Thinly veiled, a cruel disguise,
vengeance lies behind these eyes
Glaring from the pulpit
as the Fallen Angels follow me
Plageristic sermons hiding voyeuristic undertones
Foolishly they will embrace
and ignorant they follow me

You’ve never truly known the kind of place
that I come from
You turned your back on all the signs
that bore the words of warning

Come to me my simple child,
tear apart your innocence
Pray with me beloved son
and I will help you find a way
Think before you throw yourself
upon the tables and the merchants
Are you sure this temple isn’t just
another cruel perversion?

You’ve never truly known the kind of place
that I come from
You turned your back on all the signs
that bore the words of warning

Don’t look for comfort in this house of mine
Don’t ask for mercy at my image or my shrine
Don’t seek forgiveness at this house of mine
Don’t build a temple here and
wait for me to walk into the fire

I will make this promise now
A simple thing, a sacred vow
Come with me my pretty Angel
I will show you how to fly
We will fall together
into unforgiving night we plunge!
Chained by sin and clothed by guilt
We will be as one forever

Don’t look for comfort in this house of mine
Don’t ask for mercy at my image or my shrine
Don’t look for comfort in this house of mine
Don’t break the Holy bread
or drink the Holy wine
Don’t seek forgiveness at this house of mine
Don’t build a temple here
and wait for me to walk into the fire
the fire, the fire
        
―Recordad que esta realidad es falsa, falsa, ¡FALSA! ―trató de hacerse oír Tot por encima del volumen de la música―. Esto es lo que ocurre en el astral. Los humanos se aferran a sus deseos, se aferran a sus creencias. Son víctimas de su propia estupidez.
―Pues a mí me mola este tipo... ―dijo Leuche―. ¿Podría ser como él en mi próxima vida?
Tot sacudió la cabeza y luego se encogió de hombros.
―Por mí como si te quieres tirar por un puente.
Leuche sonrió. Parecía que Tot no había captado su tono de broma.
―Por cierto, no olvides que me tienes que contar eso de que tú también fuiste un diablo por un tiempo.
―Ni lo sueñes.
―A mí me lincharon una vez... bueno, varias veces, por crímenes varios, ¿eso cuenta?
―No, no cuenta.
―¿Y qué es lo que hacías tú para que te llamaran diablo?
―Que te calles.
―...
―¡¡Que te calles!!
Leuche le obedeció, al tiempo que arrojaba su sombrero de copa entre la multitud y se ponía a mover sus melenas de caballero victoriano como si no fuera a haber mañana.

(continuará...)

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