domingo, 23 de noviembre de 2014

El Ángel de la Muerte (17).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (16).]

Una sombra extraña apareció por detrás del lindo perrito con colmillos blancos como la nieve y ojillos que le miraban como queriéndoselo comer... no solo a él, sino también a Skel, que debía estar encogido en alguna parte a su espalda, castañeteando los dientes. La sombra creció y creció amenazadora, unas cadenas con eslabones gigantescos partían de lo que debían de ser sus manos hasta el collar con diamantes intercalados con pinchos que adornaba el cuello del animal. Decían que el Cancerbero no tenía muy buen humor. Su trabajo no era nada agradecido, se pasaba el día abriendo los portones a los que querían subir, tratando de convencerles que aquello no era el Infierno, que eso era solo una leyenda urbana y él era el tipo más majo del Departamento de Fronteras Interdimensionales... y por las noches levantaba actas contra todos los que habían intentado bajar sin permiso, que por alguna razón eran cientos. Los centros de detención de ilegales ya apenas daban abasto y las vallas electrificadas habían demostrado ser ineficientes, los espíritus siempre encontraban la forma de adaptar su estructura energética para atravesarlas... pero gracias a sus tres cabezas y seis ojos no se le pasaba ni uno, siempre que no le pillaran durmiendo, le engañaran dándole una salchicha con somnífero o le cegaran momentáneamente rociándole con spray de pimienta... A veces también adoptaba la forma de un perro, porque así ganaba mucho en olfato y oído, pero cuando le trajeron los mutantes ya le daba un poco de pereza eso de andar a cuatro patas y no quería que le confundieran con ellos, además enseguida se llenaba de garrapatas. Cada dos por tres estaba de baja por lesiones o por depresión debido a la presión psicológica de su puesto, por eso en el Departamento de Fronteras Interdimensionales siempre andaban buscando Cancerberos. Sí, era un trabajo duro... mucho menos digno que el de Ángel de la Muerte, aunque más o menos trabajaran en la misma línea.
Así que Tot se temió lo peor. No había nada que más de mala leche te pusiera que trabajar en algo que no te gustara. Además la saliva del mutante seguía goteando de sus fauces y juraría que se había relamido. Cuando vio que en lo alto de la sombra se dibujaba lo que parecía un sombrero de copa se preguntó cómo alguien con tanto gusto para vestir se podía haber presentado voluntario para ser el nuevo Cancerbero...


―Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ­―la voz le resultó familiar―. Esta representación teatral es de lo más divertida, ¿puedo sentarme a presenciarla?
La figura negra hizo aparecer una silla de la nada y se sentó en ella, poniendo su pie derecho sobre la rodilla izquierda y apoyando su bastón en el respaldo.
―Grrrrr ―dijo con tono amenazante el perro mutante cruce de American Stafforshire, Dobermann, Rottweiler y algo más.
Tot seguía paralizado y su tez estaba adquiriendo un tono cada vez más pálido, a pesar de su pintura de guerra. Y además tenía una hernia abdominal. Mientras, Skel había empequeñecido... eso, o es que se había vuelto a hundir.
―Señor Cancerbero, ―lo último era perder la educación, por supuesto― sé que solo está cumpliendo (de una manera exquisita, por cierto) con la labor que le han encomendado, pero me gustaría pedirle con el mayor de mis respetos que llame a su tierna mascota para evitar que este pequeño encontronazo que hemos tenido en esta magnífica velada acabe en horrorosa tragedia. Y... no es por parecer impertinente, pero tal vez debería hacer una visita al oftalmólogo canino porque creo detectar que ambas escleróticas están inyectadas en sangre, lo que podría indicar, entre otras cosas, que su tan bien conformado perro mutante padece de alguna enfermedad alérgica o infecciosa.
―O tal vez sufre de un irresistible deseo de tirársele al cuello y destrozar su yugular, señor Tot ―respondió con voz grave y extraordinariamente calmada.
Un profundo silencio llenó el espacio etéreo en ese instante... si no hubiera sido por el castañeteo de los dientes de Skel. Sonaba algo así como huesos de muerto en Halloween.
Tot quiso reír para mostrar que no tenía ningún miedo a lo que acababa de decir el Cancerbero, pero solo lo consiguió a medias. La otra mitad fue más bien un sollozo desesperado.
­―Yo... ¡él me convenció! ―Tot se dio la vuelta para atrapar a Skel y obligarle a que diera la cara, pero había desaparecido y allí no había nadie. Desconcertado, miró a uno y a otro lado, arriba y abajo, de nuevo a su espalda, al sombrero de copa... ¡un momento! ¿Dónde estaban las tres cabezas?
―¡Hey, Sultán! Toma tu Greenie, te lo has ganado... No, dame primero tu patita. ¡Bien! Ahora la otra. ¡Bien! ¡Ahí va!
El Cancerbero lo tiró hacia arriba justo por encima de su hocico y el Sultán mutante cogió la golosina al vuelo. Después se desmayó y comenzó a roncar. Tot ya había dejado de sospechar que algo no era lo que parecía... ahora lo sabía.
―¡Jajajaja! Vaya cara que se te ha quedado, Tot. ¿Aún no sabes quién soy?
Tot se fijó un poco mejor en los ojos detrás de las gafitas redondas y en la melena rizada bajo el sombrero, frunció el ceño, se puso lo más serio que pudo y comenzó a caminar lentamente con los hombros agachados, pasando por encima del cuerpo inmóvil del perro. Una nube gris flotaba dos palmos por encima de su cabeza. Alargó la mano y sacó a Skel de una oreja de dondequiera que se había metido.
―¿No queréis que os acompañe, chicos? ―preguntó Leuche, con un ligero tono irónico―. Tal vez os vendría bien saber que si vais por esa dirección os vais a encontrar al verdadero Cancerbero, bastante cabreado, por cierto, es que tuve que usar sus propias cadenas para...
Tot y Skel siguieron caminando. Leuche suspiró y sacó una pipa de un bolsillo de su levita. Sacudió su cabeza: nunca apreciaban lo que hacía... Miró su reloj y contó con sus dedos.
―Chicos, para rescataros tuve que dormir también a los demás perros de la jauría... ¿sabéis cuánto dura el efecto de un anestésico en un Greenie? ¡¡Chicos...!!
Su pie se movió nerviosamente sobre la rodilla. ¿Era Tot tan tozudo que no le iba a escuchar?
Entonces fue cuando los ladridos, los gruñidos y algún que otro aullido (este parecía más bien un alarido de fantasma) le llegaron a sus oídos, y la silla se esfumó y se puso en pie, y en la oscuridad entre negra y verdosa del astral creyó divisar dos figuras que corrían espantadas hacia él.
―¡¡Dura menos de lo que voy a tardar yo en volarte la tapa de los seeeesoooosss!!
Las dos figuras se convirtieron en tres, y la masa informe de la jauría se iba haciendo cada vez más grande... menos mal que allá al fondo ya se divisaban los portones negros. Después venía el túnel número 1/578.

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