miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Ángel de la Muerte (16).

[En capítulos anteriores... El Ángel de la Muerte (15). El Ángel de la Muerte (10)].

―¡Ssshhhiii... sh-chist... tsé-tsé!
Hacer el sonido del chasquido sin dientes físicos era condenadamente difícil. Antes de conseguirlo, alguien le dio un empujón por detrás.
―¿Qué te pasa, Skel, vas a estornudar?
Skel miró con sorpresa a Tot.
―Pero, ¿no estabas a punto de...?
―Sí, a punto de que me descubrieran esos malditos sabuesos... tengo que pasarme por el Departamento de Alteración Genética a ver cómo diablos se puede crear un monstruo así, me vendría bien en mi próxima vida para veng... ­―Tot comenzó a toser como si tuviera faringitis crónica y dio las gracias al Infierno por tener un compañero que no era ni la mitad de listo que él. Seguro que aún se estaba preguntando qué era “Genética”―.  ¿Dónde estábamos? Ah, sí, los perros...
―Te iba a avisar, pero parece que ya te diste cuenta de que habían olfateado tu presencia y fuiste muy rápido teletransportándote...
­―¿Que fui rápido...? ¿Rápido te-teletranspor...? Sí, mira lo rápido que fui...
Skel se fijó entonces en el mal aspecto que traía Tot: el casco partido por la mitad, un ojo colgando de la órbita, un hombro dislocado, la pintura de guerra llena de chorretones como si hubiera llorado y... le faltaba una bota. Y tenía un agujero en el calcetín. ¿Y eso que le salía por la zona del ombligo eran las tripas?
­―Y antes de que lo preguntes, ¡¡NO FUERON LOS PERROS!!
Skel abrió unos ojos como platos y agachó levemente la cabeza. Pareció hundirse un par de metros en la tierra que pisaban, casi como si estuvieran caminando sobre arenas movedizas... Tot vaciló un instante, tal vez no era mala idea dejarle que se hundiera, pero finalmente recapituló y decidió ayudarlo, después de todo era un amigo suyo... y además un Ángel de la Muerte.
―¡¡ARENAS MOVEDIZAS!! No te muevas, Skel, si te mueves te succionarán hacia el interior, te tragarán, se nutrirán de ti energía vital y acabarán destruyéndote.
­―Tot, no me muevo y me hundo igual...
Tot hizo caso omiso de las quejas de Skel y se arrodilló junto a él y comenzó a apartar las arenas movedizas con sus brazos, pero cuando volvió a mirar a Skel ya solo se le veía de la cintura para arriba. El pánico le hizo mover sus brazos más rápidos, pero cada vez estaba más cansado y no conseguía nada. Y encima Skel no ponía nada de su parte, había cerrado los ojos y parecía ser presa de un sopor que ni los anestésicos más potentes eran capaces de inducir.
―¡Skel! ¡Lucha! ¡No te rindas ahora! ¡Skeeeel!
Tot comenzó a sollozar porque a Skel ya solo se le veían las orejas, pero cuando ya le daba por perdido Skel pareció despertar de un profundo sueño y comenzó a flotar como un muñeco hinchable en el mar. Tot se tranquilizó y acabó sentado en la tierra contemplando a su amigo como si fuera una aparición. Se rascó la cabeza preguntándose dónde estaba el truco.
―¿Cómo lo has hecho? ―preguntó.
―¿Cómo lo he hecho? ¿Hacer el qué? ¡Ah! ¿Te refieres a salir? No sé, oí una voz que decía “No te hundas”, y me dije “Vale, no me voy a hundir... de momento”. Es que pensé en mi novio Rudy y en cuánto espera mi señal... no quiero defraudarle esta vez. Además cuando me deprimo siempre me empiezo a hundir...

A Tot le dieron ganas de sacudirle, pero se contuvo.
―Yo en ningún momento dije “No te hundas”, sino “No te rindas” ―puntualizó con los ojos entrecerrados―. ¿Estás seguro que esto no ha sido una trampa del Cancerbero?
Skel le miró desconcertado. Pensó durante unos interminables segundos en los que a Tot le pareció escuchar un tic-tac en el interior del cerebro de su amigo.
―No. Quiero decir... ¡no! Da igual lo que tú dijeras, lo que importa es lo que yo creí que habías dicho... eso creo.
Tot suspiró y trató de centrarse en lo que tenían entre manos. El escondite en el que se encontraban había demostrado ser un refugio seguro y ni siquiera los perros mutantes parecían ser capaces de seguirles hasta ahí, pero de todas formas solo era cuestión de tiempo y burlar la vigilancia del Cancerbero era el punto más delicado del plan. Con aire despistado se introdujo el duodeno y la parte visible del íleon en el abdomen y según cosía y silbaba con destreza insuperable ―las dos cosas se le daban de muerte― frunció el ceño y trató de pensar cómo seguir adelante.
―A ver, acércame el plano, y no desesperes. Sujétamelo para que lo pueda ver mientras acabo de cerrar mi herida. Vamos a hacerlo por mis pelotas. No tenemos mucho tiempo, y es muy importante que seamos rápidos y que tengamos muy claro los puntos clave del plan. Ya has estado antes en el astral, eres un veterano, y sabes que cada vez que bajamos aquí nos la jugamos...
―Sobre todo cuando es sin permiso ―añadió tímidamente Skel.
―Sí... sobre todo cuando es sin permiso. Pero si fueran más comprensivos con las licencias y excedencias no tendríamos que escaparnos como monos de un laboratorio... Explícame una vez más cuál es tu idea.
Skel recuperó su compostura al ver la seguridad y el coraje que Tot demostraba en situaciones desesperadas (por algo había sido soldado en más de un vida), y juntó el valor necesario para hacer lo que le pedían.
―A Rudy no le gustaba celebrar su cumpleaños, decía que se ponía triste al recordar que era un año más viejo... Detestaba las fiestas de cumpleaños sorpresa, las tarjetas de felicitación, incluso los dulces. Así que decidí felicitarle antes de que llegara la fecha exacta de su cumpleaños... pero cambiaba de día cada año para que no se lo esperara.
Tot carraspeó. Rudy se estaba poniendo demasiado melancólico para su gusto.
―Ve al grano. ¿Qué tenemos que hacer?
―Un bizcocho de chocolate.
―¿Un bizcocho de chocolate? ­―A Tot le llegó a la memoria un mazacote duro y negruzco debajo de una montaña de nata montada y lacasitos de colores que había usado para disimular el estropicio causado en una de sus vidas. La cocina nunca había sido lo suyo... ni siquiera siendo mujer... ni concursante en un programa de televisión. Por un instante se sintió tentado de volver a casa. Aquello se ponía cada vez más feo... no lo iban a conseguir. De pronto reparó en la sonrisa de Skel. Le había leído el pensamiento...
―Con el olor será suficiente. Cuando llegue a casa lo olerá y seguro que se acordará de mí.
Tot dejó escapar un suspiro de alivio. Usó su mano libre para marcar con una cruz el recibidor de la casa.
―Y además le dibujaré un corazón en el espejo del baño cuando se duche. Eso lo solía hacer mucho cuando estaba vivo... viva quiero decir, en este caso. Luego encenderé la minicadena y haré que empiece a sonar “Unchained melody”... era una de sus canciones preferidas. Y pétalos de rosa comenzarán a materializarse en el aire y caerán sobre su cama cuando esté a punto de dormirse. El número de pétalos de rosa será el número de años que cumplirá en tres días, que serán... cincuenta y cuatro si no recuerdo mal.
A estas alturas a Tot le estaban entrando arcadas. Lo único que le parecía bien era el número de pétalos de rosa, pero en fin... un amigo es un amigo. Marcó con sendas cruces el cuarto de baño y el dormitorio.
―Después apagaré las luces y haré que se enciendan las de ambientación romántica... Creo que aún guarda mi camisón rojo sexy en algún cajón: lo sacaremos y lo pondremos en medio de la cama. Y entonces podemos meter otro olor: el de Chanel número 5 que me solía regalar él a mí. Luego...
―¡Basta! ¡Esto parece un poltergeist para matarle de un infarto en vez de dejarle un pequeño mensaje! Además... ¿tú sabes la cantidad de energía que hace falta para hacer todo eso? ¿Te has vuelto loco o qué? Y con el Cancerbero pisándonos los talones que estará... Nada, te dejo que elijas un par de fenómenos, algo rapidito y nos esfumamos. Nada de chorraditas innecesarias, ¿está claro?
Skel estaba un poco decepcionado... pero ya se lo esperaba. No le había quedado otra que intentarlo...
―¿Puedo aparecerme? Eso sí, ¿no?
―En serio, ¿quieres matar a Rudy del susto?
―¡No! Quiero que sepa que soy yo y que estoy bien...
―Pues tú sabrás. Si sabes cómo hacerlo, tú aparécete y yo me encargo de los efectos especiales.
―¡Hecho!
―Bien, en cuanto consigamos despistar al Cancerbero, tú eres el que conoce el camino, así que tú corres y yo te sigo, ¿de acuerdo?
―De acuerdo.

Tot cortó con unas tijeras quirúrgicas el último trozo de sutura, se recolocó el hombro, se metió el dedo en el ojo para volverlo a su sitio, se retocó la pintura de guerra y se puso un nuevo casco... Ja. El astral. Sonrió con orgullo. A él le iban a decir cuándo podía y cuándo no podía atravesar el astral. Ya era hora de fundar un nuevo departamento: el Departamento de Turismo Ilegal al Astral. Visita a tus familiares vivos por un módico precio... y que les den a esos sabios barbudos “No-podéis-intervenir-en-los-planes-de-otros”.
Justo cuando iba a salir del escondite un gruñido de un cruce de un cuarto de American Stafforshire, un cuarto de Dobermann, un cuarto de Rottweiler y otro cuarto de algo indefinido le erizó los vellos de la nuca y le paralizó todo su cuerpo etéreo... o lo que fuera que tenía ahora. El aspecto del animal era imponente... y las gotas de saliva que pendían de sus colmillos indicaban que debía de estar hambriento. Si es que la tecnología alemana no fallaba nunca... por eso los nuevos perros mutantes eran distintos a los anteriores.
Un punto de la herida que acababa de coser se le saltó... pero por supuesto que no fue por miedo. Fue por puro TERROR.

(continuará...)

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