sábado, 5 de abril de 2014

Vida rota.

Una gota de sangre resbaló por su antebrazo y terminó por caer en el agua, dispersándose y haciéndose invisible entre miles de gotas transparentes. El vapor ascendía desde la superficie, la jarra de agua que habían vertido en la bañera estaba bien caliente cuando la habían retirado del fuego, como ella había ordenado. Después de que su criada se hubiese retirado, fue cuando dejó que todas las barreras cayeran y las lágrimas comenzaron a brotar. No es que el servicio doméstico no estuviese al corriente de la situación, pero se habían acostumbrado a vivir en un silencio cómodo para todos, acompañado a veces de compasión, una compasión fría e inútil que se reflejaba en las miradas huidizas que la dirigían en presencia de su marido, el señor de la casa, aquél al que todos debían respeto y obediencia... incluida ella, claro está, devota y fiel esposa del hombre que habían elegido para ella.

Y el alfiler que utilizaba para sujetarse el moño, tirante y perfectamente sujeto, para no dejar ni un solo mechón de cabello negro y rebelde a su antojo, había resultado muy útil para...

¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Qué pretendía infligiéndose ella misma ese corte en su antebrazo izquierdo? ¿Deseaba morir? ¿O quería demostrase a sí misma que aún estaba viva? ¿Era su llamada desesperada de auxilio, el último grito que se atrevía a proferir, aun sabiendo que nadie a su alrededor la escucharía o acudiría para salvarla?

¿De qué iban a salvarla? Después de todo vivía con un hombre elegante y educado, de buena familia, que gozaba de gran prestigio en la ciudad y que había procurado que no le faltase de nada. No tenía razón alguna para estar descontenta o desear estar en otro sitio.

Y sin embargo... se había sentido como en una prisión desde el día que atravesó el umbral de aquella casa. La casa de sus sueños, con un porche en la parte trasera y un columpio en el que pasar las horas muertas tomando un té con pastas, cosiendo las iniciales de su amado en los calcetines y en otras prendas íntimas... o simplemente observando al perrillo de lana blanca juguetear en el jardín. Había paseado bajo una sombrilla con sus amigas en las tardes de primavera, y todas le habían asegurado que había tenido mucha suerte el día en que su futuro marido la vio bajar del coche de caballos y dirigirse al club donde las señoritas de su edad se reunían para charlar. Se había quedado prendado de ella, sin ni siquiera saber que aquella joven de apenas quince años era la hija de uno de sus mejores clientes. Y su padre no pudo declinar la tentadora oferta... Aunque ella hubiese preferido ser la prometida de un joven estudiante al que hacía tiempo le había echado el ojo, y aunque le disgustó sobremanera no tener ningún poder de decisión, acabó por aceptar su destino. Después de todo, los mayores sabían lo que hacían...

El sueño se rompió la misma noche de bodas. Y los días que siguieron fueron oscureciéndose más y más, al mismo ritmo con el que crecían sus ansias de libertad y el número de círculos amoratados en su piel. Las sombras grises bajo sus ojos ya eran imposibles de disimular bajo el maquillaje, y cuando acudía a la iglesia los domingos apenas se atrevía a alzar su cabeza aun cuando llevase el velo que cubría gran parte de su rostro. Pero el silencio de los que la rodeaban, y la soledad que la acompañaba día y noche, dolían más que cualquiera de sus golpes.

Aquel día dejó que el vapor de agua la envolviera y dejó correr la sangre como si así el dolor fuera a hacerse más débil. Eso era lo que hacían los doctores cuando el cuerpo sufría de algún mal desconocido, ¿no era así? Tal vez ella también padecía de algún mal, una enfermedad maldita que le impedía aceptar el papel que la habían impuesto y que le impedía alcanzar la felicidad que con frecuencia percibía en los pálidos rostros de las mujeres que empujaban sus carritos con sus bebés recién nacidos por el parque. Puede ser que aquel día tomara una decisión, pero el tiempo transcurrido y la bruma que hacía borrosos sus recuerdos no le permitían saberlo con seguridad. También pudo ser en algún otro momento de desesperación, encerrada entre cuatro paredes por haber sonreído al panadero y cansada de golpear la puerta con los puños.


Ahora sus manos se hallaban inmovilizadas por las muñecas, aunque el carcelero, a quien conocía bien después de meses trayéndole el almuerzo y la cena, había tenido la gentileza de no atar las cuerdas con demasiada fuerza. Su viejo y raído vestido negro hacía juego con la capucha que iban a utilizar para cubrir su cabeza. Su indiferencia y desprecio hacia las vacías palabras del sacerdote habían pasado desapercibidas para todos, y su aparente calma y la tímida mirada que le había dirigido durante la charla les hicieron creer a todos que su arrepentimiento era sincero.

Pero no, no se arrepentía. No se arrepentía ni de una sola de las muertes que había provocado. Solo podía pensar en lo que podría haber sido su vida y en lo que acabó convirtiéndose. Y tampoco podía olvidar a las decenas de mujeres que había conocido que habían tenido que pasar por lo mismo que ella. Los médicos y el juez podían decir lo que quisieran, pero ella era una mujer inocente. Una mujer destruida por el sufrimiento y los crímenes cometidos por hombres que jamás fueron mejores que ella, pero que nunca iban a ser castigados como habían decidido que le correspondía a ella ser castigada. Ya nada importaba. Había tenido tiempo suficiente para aceptar que el mundo era injusto y ella ya había hecho lo que había venido a hacer.

La horca la estaba esperando. Su muerte fue rápida y poco dolorosa, posiblemente decepcionante para todos los que habían acudido ávidos por presenciar un buen espectáculo. Pero para ella fue un mero trámite que la liberó de años de angustia y desolación, aunque no fue el final. Por suerte o por desgracia, la muerte nunca es el final.

1 comentario:

  1. Muy buen microrrelato. Me gusta la temática y el estilo. Yo también creo que la muerte no es el final, pero si un final, al que irremediablemente debe seguirle un nuevo comienzo. Nos pasamos toda la vida muriéndonos cada día un poco más y renaciendo otro tanto, algunos más de lo primero y otros más de lo segundo, pero al fin y al cabo: muriendo, renaciendo, muriendo... como todo lo demás.

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...